Adrien despierta después de cien años. El Mundo ha cambiado. Tras lo que pasó, desea estar solo, hasta que Joel se cruza con él en una pantalla. ¿Por qué no? Quizá pueda volver, si bien no es a su hijo al que echa en falta, sino al amante al que no debió abandonar. Es hora de rendirse a su Ananké, ahora que por fin reconoce quién es.

El camino es largo, desde tierras suecas hasta el sur de Andalucía, aunque ¿qué son unos cuantos kilómetros cuando tienes toda la eternidad y vas en agradable compañía? Pero Adrien no ha cambiado. Los demás poco le importan, son herramientas a utilizar. Tanto lo cree que no sabe reconocer que siempre hay más, que a él también lo pueden atrapar y manejar.

En el juego del destino, los dados siempre están rodando.