NÚMERO TRECE
«Terminó de apretar los restos de tierra alrededor de la nueva planta que había colocado de jazmín japonés, le gustaba esa especie, no daba demasiado olor, y las flores llenaban de colorido el verde que predominaba en ella. La regó con abundante agua, y después comprobó el resultado.
Estaba perfectamente alineada con las otras once que ya había plantado, bordeando el muro que rodeaba el jardín trasero de su chalet, y con la altura similar al resto, por lo que el crecimiento de ellas, sería casi uniforme en el tiempo. Aún tenía bastante sitio para seguir plantando, pero no siempre encontraba plantas del mismo tamaño que sirvieran para sus propósitos, y la búsqueda y el precio también eran un hándicap.
El sudor le corría por la frente, y la camiseta se le pegaba al pecho como una segunda piel, toda mojada, aunque ya estaba atardeciendo, el sol aún dejaba caer su soporífero calor de verano.
Se quitó los guantes, y entró en la casa. Se dirigió a la cocina, se preparó una bebida refrescante, para mitigar ese acaloramiento.
Un buen vaso ancho con hielo, un chorro de vermut blanco, una tónica fría, de las de siempre, había probado alguna de esas nuevas, pero no le acababan de refrescar igual, un toque de ginebra, para darle un poco de esa sequedad que mataba el dulzor del vermut y una rodaja de limón, medio exprimida.
Dio un buen sorbo, dejando que el frío de la bebida le recorriera desde la boca, y pasando por su garganta, le llegara al regulador térmico que todos tenemos en nuestro cuerpo.
Notó un pequeño escalofrío de placer».