Lo primero que debéis saber es que odio escribir sobre mí. Esto parece contradictorio, pues los juntaletras sabemos que, de forma confesa o inconfesa, estamos siempre escribiendo sobre nosotros mismos. Algo como los versos de Fernando Pessoa: El poeta es un fingidor./ Finge tan completamente/ que hasta finge que es dolor/ el dolor que en verdad siente/.
Sin embargo, la editorial me recomendó aprovechar este espacio para comentar cómo entré en la literatura, cuáles son mis logros y todas esas informaciones ampulosas que quedan bien en LinkedIn.
Veréis, mis logros no son tan impresionantes.
Desde niña quise escribir. También quería ser arqueóloga, viajar y hablar todos los idiomas del mundo. Admiraba profundamente a mi madre, autora de cuentos que casi nadie leyó, y a mi abuelo materno, que fue un artista completo y desconocido: tenor en un coro, poeta, actor teatral... y prefirió casarse con mi abuela, que recelaba del “artisteo”, antes que probar suerte en Madrid, donde viajaban los provincianos a la caza del cazatalentos.
Gané dos premios escolares. En el primero de ellos me premiaron con dos bolígrafos de colores (rosa y celeste) y un cuento “El dragón de Jano”, de Irina Korschunow. En el segundo se me concedieron el honor y la vergüenza de leer un poema ante toda la comunidad escolar. Muchos años más tarde conseguí que me publicaran algunos artículos en el periódico local y relatos cortos y poesías en revistas literarias casi desconocidas. En cierta ocasión, gracias a Internet, supe de un pequeño concurso de relatos que finalmente gané. Con el premio me pude permitir un fin de semana en Alicante, un lujo allá por la época en la que mis únicos ingresos provenían de eso que tan a menudo hacemos los estudiantes de Magisterio: impartir clases particulares “en negro” por 10 euros la hora. También se incluyó un relato mío en una antología derivada de un concurso en el que quedé bien, pero no lo suficiente como para ser ganadora o finalista.
Años más tarde, coescribí un libro educativo. El coautor estaba comprometido con la editorial, pero no le daba tiempo a acabar su proyecto en el plazo establecido. Me ofreció lo más justo: el cincuenta por ciento de la autoría, de la labor y de las ganancias. Así nació “Diez criterios para orientar a los hijos al éxito”, publicado por CCS ediciones, un proyecto bonito aunque el título nunca me gustó, ya que el éxito es lo que ayuda a cada persona a ser feliz. Eso sí, con lo que obtuve por las ventas pude firmar ejemplares en la feria del libro de Madrid (aunque el Rubius se llevó toda la atención) y pagarme una cena romántica con mi marido. Y quiero confiar en que esta obra haya podido resultar útil a alguien, a pesar de que si tuviera que reescribirla, ahora adoptaría otra perspectiva.
También escribía un blog. Por allí anda, en el infierno de los blogs, como casi todos sus semejantes tras la aparición de las RRSS. Lo sorprendente es que este blog me llevó a aparecer unos segundos en un programa de televisión y hasta ser objeto de una breve entrevista radiofónica.
Odio escribir sobre mí, como os decía, y mis letras no salvarán al mundo; pero, al fin y al cabo, no recuerdo una época en la que no supiera leer ni en la que no intentara escribir.
Por lo demás, ya presentándome, me llamo Silvia, soy una almeriense residente en Asturias, madre de una avilesina adorable de tres años, despistada hasta el hartazgo (ajeno) y con la capacidad de girar al revés la cucharilla del café, aunque no exista una orientación correcta formalmente establecida para ello. De hecho, es muy mío desafiar normas que ignoro; siempre desde la buena fe.
Espero aportar algo, aunque solo sea un poco de distracción. Feliz lectura.