Aurora nació en algún lugar del mundo.
Fue en julio del año 2000, cuando salía del aeropuerto de Barajas – Madrid una madre joven con una niña pequeña de apenas un añito de edad entre sus brazos y con su niño mayor de tan solo ocho. Cargaba a la espalda una mochila grande, un bolso de mano con los pasaportes y una maleta de ilusiones.
Su pasión por viajar era ferviente, como su interés por leer y escribir.
Se han publicado varios de sus relatos, microrrelatos y poesía en diferentes antologías.
Aprendió que las palabras moldean la mente y que tienen el poder de dar vida, crear. Fue entonces cuando empezó a escribir para motivar a ser mejores desde el corazón a todas las madres, niñas y mujeres; inspirada desde el amor a sus hijos y afirmando que lo primero que quiere un niño es ser visto tal y como es, y que necesita cariño, amor, protección, en tanto y más allá su madre solamente quiere verlo sano y feliz.
Dicen que la máxima virtud de una mujer es ser madre, dicen que nada es para siempre, y dicen que los hijos son prestados y que, cuando se van, aparece el síndrome del «nido vacío»… esto no lo entiendo, ¡porque no he parido aves!
Confieso que es verdad que, cuando los hijos se van, esa ausencia penetra en el alma y te hiere, te hace daño, te enfría la casa, y el sonido del silencio te agobia.
Aquellos ruidos, risas, la algarabía, ya no están más y las canas empiezan a brillar.
Sí, se han marchado los hijos y, como dijo Aristóteles: «El fin supremo del hombre es la felicidad».
Que Dios os bendiga mucho más, amadas madres, hijas, hijos, tierra.