Mi nombre es Antoni Fontás Reguera, o Toni, como suelen llamarme. Nací en Amer, Girona, lugar que actualmente es conocido por una pastelería regentada por la familia Puigdemont y donde mis padres y yo comprábamos el postre de los domingos: el Tortell de Rams o la Mona. Mi nacimiento fue un sábado, 18 de abril de 1964, por lo que pertenezco al nutrido grupo de “boomers”. Educado en familia obrera y trabajadora, acabé siendo lo que se esperaba de mí: un trabajador por cuenta ajena que empezó de aprendiz de cerrajero y, que hoy, después de muchas horas invertidas y a sus casi 58 años, está a cargo del servicio técnico de una importante empresa del sector de maquinaria cárnica. Mi vida se ha movido mucho, y no cabe en una página; pero, para resumir, me pondré en los extremos. El de mayor felicidad: el nacimiento de mis hijos. El de mayor tristeza: la muerte de mi mujer, víctima del cáncer a sus 48 años, dejándome desolado y con nuestros dos hijos en plena adolescencia y sin una de las partes más importantes. Sin embargo, la vida sigue, y hoy la comparto de nuevo.
Mi biografía en términos de escritor es muy corta, apenas incipiente. Más bien es la biografía de un lector que lo único que escribía, hasta hace relativamente poco, eran manuales de mantenimiento o informes de incidencias. He dedicado la mayor parte de mi tiempo al trabajo y a la familia. En cambio, mi interés por la lectura viene desde la tierna infancia, donde ya encontré en los libros una fuente inagotable de alimento para mi poderosa imaginación. Empecé con Los cinco, de Enid Blyton, a la que siguió Julio Verne y un sinfín de novelas. Pero, Stephen King es quien más me marcó y de quien sigo leyendo todo lo que publica. También de Asimov, Lovecraft, Poe, Arthur C. Clarke y el resto de una colección de clásicos que habitan en mi IPad II y que no uso para otra cosa que leer.
No me ocurrió como a El Quijote, pero sí que tal mezcolanza despertó en mí una serie de historias que, al leer Mientras escribo de Stephen King, me asaltaron pidiendo que fuera entonces yo quien las escribiera. El problema es que, a menudo, solo veo una pequeña parte de lo que debería ser una narración bien argumentada y escrita. Es un arduo trabajo darle forma. De ahí, que me centrara más en los relatos cortos y microrrelatos, dejando para más adelante el trabajo de dar vida a esas historias. Y, aquí estamos, a las puertas de la jubilación empezando algo que he retrasado mucho tiempo.