Mi nombre es Grètel Lisandra Roldán Herrero. Nací el 30 de septiembre de 1988 en Cuba, en el seno de una familia que me regaló una infancia maravillosa, llena de recuerdos que aún atesoro con ternura. Crecí rodeada de amor: mis padres, siempre presentes y cariñosos, y mi hermano mayor, compañero de juegos y aprendizajes.
Desde muy pequeña descubrí el don de la escritura, que junto a la pintura se convirtió
en mi manera más sincera de expresar lo que veía y sentía del mundo. Recuerdo con
especial cariño a mi madre, que al regresar del trabajo siempre me traía revistas de caricaturas. Eran para mí un tesoro, y me sumergía en ellas con la misma ilusión con la
que luego me adentraba en cualquier libro que cayera en mis manos.
Por parte de mi madre heredé también raíces españolas, pues mis abuelos provenían de
Salamanca. Ellos emigraron a Cuba en busca de un mejor futuro y allí plantaron sus
raíces. Mi abuela pasaba las tardes cantando coplas que hablaban de amores y tragedias,
y mi abuelo solía contarme historias de su infancia y juventud en aquella tierra que tanto
añoraba. Sin saberlo, ellos alimentaron mi amor por la poesía, porque entendí que, al
igual que la música, era una manera sencilla y profunda de narrar emociones.
Con el tiempo me formé como Médico, una profesión que, aunque aparentemente
distante de las letras, también me ha permitido conectar con lo más humano y esencial
de las personas. Creo que sanar y escribir tienen algo en común: ambas cosas buscan
aliviar, acompañar y dar sentido.
Tras graduarme, la vida me regaló otra bendición: el amor y la familia. Me casé y hoy
soy madre de dos niñas preciosas, que se han convertido en el ancla más fuerte que me
une a esta vida y la razón de cada uno de mis crecimientos personales.
Nunca he dejado de escribir. Aunque no tengo una formación académica como escritora,
ese impulso creativo ha permanecido como una parte inseparable de mí. Escribir es un
anhelo constante, un pedazo de mi ser que se niega a callar, porque desea compartir con
el mundo mis pensamientos, emociones e historias.
Hoy sigo llevando conmigo aquella niña que disfrutaba de las revistas que le traía su
madre, las canciones de su abuela y los relatos de su abuelo. Esa niña creció, se
convirtió en médico, en esposa y en madre, pero jamás dejó de soñar con la magia de las
letras.