Desde que tengo uso de razón, he vivido acompañado de historias. No me refiero solo a libros o cuentos leídos, sino a aquellas que nacían en mi cabeza sin que nadie lo supiera. Ojalá lo hubiera hecho entonces, porque nunca las compartía.
Aunque también jugaba y corría por las calles de Jerez, mi amada ciudad, en muchas ocasiones me perdía en los mundos que inventaba. Eran entonces un gran refugio, que me cuidaba sin saberlo ni pretenderlo, en tiempos algo turbios.
Durante años, la realidad me llevó por caminos muy distintos, donde trabajos, menos literarios, ocuparon mis días. Y, aunque parecía estar lejos de aquellas viejas historias, nunca desaparecieron del todo. A veces las plasmaba en papel, y otras se convertían en una simple línea de código guardada en algún viejo disquete. Pero siempre, siempre, tenía alguna aventura puliéndose en mi cabeza.
Hasta que un día, por un capricho del destino, pude empezar a escribirlas de verdad. Todas. Sin parar. Y, desde entonces, llevo dos novelas escritas que forman parte de una misma mitología que sigo expandiendo, con un borrador de la secuela, otro de la precuela y varias historias cortas ambientadas en ese mismo universo. Más allá de ese mundo de fantasía oscura, algunos de mis microrrelatos han sido publicados en antologías.
Aunque mi camino literario apenas comienza, siento que, por fin, estoy donde debía haber estado, escribiendo para dar vida a esas historias que me han acompañado siempre, y para compartirlas con quien quiera leerlas… o escucharlas, si se sienta a mi lado durante más de diez minutos. Porque, al final, todos necesitamos un mundo al que volver. Y si en ese mundo existe la magia, en mi caso, mucho mejor.