Alberto Galán Lahoz nace en Zaragoza en 1973. Graduado en Información y Documentación, actualmente trabaja en la Biblioteca de la Universidad de Zaragoza.
Su tatarabuelo, Fermín Galán, escribía pequeñas columnas en periódicos locales y también, en
ocasiones, escribía poemas a partir de palabras que, según él mismo afirmaba, veía reflejadas
en el agua de los ríos. Quizá por ello, cada vez que terminaba un poemario, en lugar de
publicarlo y publicitarlo a los cuatro vientos, construía barquitos de papel con las hojas
repletas de versos y los devolvía al río, que los alejaba románticamente hacia el mar. O al
menos eso pensaba él, porque la realidad era que la mayor parte de aquellos barcos se
empapaban y rompían sin navegar más de cien metros.
No obstante, algunos de aquellos
poemas navegantes eran recuperados por su esposa, Natalia Ramazov, hermana de, valga la
redundancia, los hermanos Ramazov, famosos acróbatas de la época, a quienes todo el mundo
tomaba por rusos, pero que en realidad eran de Cascaluetas, un pueblo al norte de Huesca.
Desgraciadamente, Cascaluetas, como muchos otros pueblos, fue abandonado por sus
habitantes y desapareció a finales de los años cincuenta del siglo XX. Natalia Ramazov
recuperaba pues algunos de los barquitos de su marido, los secaba y los desplegaba con
mucho cuidado y después, orgullosa, cada jueves recitaba, con voz dulce pero firme, los versos
de Fermín a sus amigas en las reuniones del salón de té, siempre instándoles a guardar el
secreto de su procedencia. Para asegurarse de ello, una vez leídos, quemaba los poemas, por
lo que nada hemos conservado de Fermín, más allá de este relato oral.
Alberto Galán no ha llegado a la prolija producción que se le supone a su antepasado, pero
algunos versos y relatos sí ha escrito. Sin embargo, como una de sus aficiones es, junto a la
música, el baloncesto, normalmente dichos escritos acaban siendo una bola de papel volando
hacia la papelera–canasta (con unos porcentajes nada despreciables, todo sea dicho). Así que,
salvando las diferencias en el desarrollo del proceso, los textos normalmente acaban en el
mismo sitio que los de su tatarabuelo, es decir, en el olvido.
Sin embargo, aprovechando que se le ha brindado esta oportunidad, esta vez ha decidido escribir un relato sin que sea destruido posteriormente. Luego ya, quien lo lea, que haga lo que bien le plazca con él.