Mi nombre es Patricia Verónica Calva Gómez mi lugar de nacimiento es Ecuador, pero llevo viviendo treinta años en España.

Me gustaba escribir poemas en prosa, desde los 13 años, pero por situaciones de la vida un tiempo dejé de escribir, con los años he vuelto a escribir. Me apasiona.

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Me llamo Adelina Vlad, hija de los Cárpatos y del Danubio. Amo la poesía y la escritura: en ellas encontré el refugio de las palabras.

Soy maestra de Audición y Lenguaje, una vocación que me permite unir mi amor por las letras con el deseo de acompañar a mis alumnos en su propio camino. Me gusta transmitirles que la escritura es un universo de posibilidades, un lugar donde crear e imaginar sin límites.

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La luz tierna de la infancia, iluminó un diálogo sagrado con la página. No fue una simple afición, sino el primer eco de una vocación de narrar: el arte de entrelazar mi mundo interior. Fui la primera obrera de ese escenario íntimo, tomando el caos de la vida y los sueños aún sin nombre, tratando de cincelar los guiones que el juego colectivo hacía respirar. Aquellas experiencias de la niñez fueron semillas, un inicio donde mi pensamiento aprendió a tomar forma visible y a resonar.

La pluma hoy es como faro que traduce las mareas de mi existencia. La escritura me permite transformar el sentir efímero en permanencia. He hecho de las letras un puente entre lo intangible y lo tangible, donde cada sensación profunda, cada chispa de la reflexión; la caída, el resurgir, la manifestación, se deposita con reverencia. Una voz que se niega a callar, buscando incrustar en prosa poética, la textura vibrante de las experiencias. Escribo canalizándolas, para que su vibración perdure a modo de reflexión universal.

Así, persigo que la escritura sea regalo, no únicamente para mí, también para aquellos que encuentren en ella un espejo donde puedan encontrar su propio reflejo. Una voz que lleva lo particular a lo universal, demostrando que la necesidad de contar es tan antigua y vital como el latido del primer corazón. Ahora, sigo intentando disolver el muro entre el vivir y el expresar, dejando en cada frase, un testimonio de lo que significa vivir trazando palabras.

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No soy escritora, pero la literatura es mi pasión. De niña, ya adoraba las letras, me permitían expresar lo que quisiera. Las matemáticas, ya vienen hechas, no dejan espacio a la imaginación.

Escribir es mi tabla de salvación. A lo largo del tiempo, practiqué: esquí, equitación, tenis, pádel, running, etc. Y trabajé como secretaria de dirección. Ya jubilada, el pádel, el running, el golf y la escritura, son mis hobbies. 

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Jonathan Greck Cruz Reátegui (Jhongreck) nació en Iquitos, corazón amazónico del Perú, donde la belleza verde y el misterio natural moldearon su sensibilidad. Poeta y artista plástico —en dibujo, pintura y escultura—, su obra respira la intensidad de esa tierra que le vio crecer: un territorio donde el cuerpo, la memoria y el deseo dialogan con la naturaleza.

Desde hace tres años vive en España, llevando consigo la vibración de la selva y transformándola en versos e imágenes que celebran la ternura, la entrega y la fuerza luminosa del encuentro humano. Su arte y su poesía buscan lo mismo: acercarse al fuego interior, nombrar lo que palpita y rescatar la belleza íntima que habita en cada gesto.

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Me llamo María de los Remedios Higueras Casares. Nací en Cáceres (Extremadura), en 1964, pero desde mayo del año 2005, vivo en Cuenca (Castilla La Mancha).

Actualmente jubilada, fui auxiliar de enfermería, trabajando muchos años en una clínica dental, en psiquiatría, en centros de día y cuidando a personas mayores dependientes en sus casas.

Estudié EGB, BUP, COU y saqué las pruebas de acceso a la Universidad, en mi época: selectividad. Incluso tengo hecho el primer año de Derecho y alguna asignatura del segundo año, suelta, aprobadas por la Facultad de Derecho de Cáceres, pero no terminé la carrera.

Mis logros en la escritura son pocos, solo quedé finalista en dos concursos. Pero, más bien, escribía para mí en un diario personal, que utilizo todavía. La escritura me servía como terapia, pues siempre sentí que no encajaba en ningún lugar, ni siquiera en mi propia familia, hasta que me casé y por fin encontré mi sitio en este mundo. Siempre escribo desde mis propias experiencias y suelo transformar los instantes vividos en poesía o en pequeños relatos que navegan entre la nostalgia y la esperanza.

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