Era muy tarde para la joven de cabellos de oro. Extraños ruidos se formaban repetidas veces en aquel bosque lleno de maleza tan viva y a la vez, tan copiosa. Los pájaros eran testigos de todas esas cosas que para ella eran fundamentales. Roe, vivía en una cabaña hecha de madera de cerezo y roble. Todas las mañanas iniciaba el mismo recorrido hasta un pequeño río, le gustaba contemplarlo y había muchos peces revoloteando por todas partes.
Un día, paseando como siempre, encontró en el suelo algo que le llamó mucho la atención, era una pequeña bola de cristal; la cogió entre sus manos y de pronto se iluminó con una luz muy potente. Roe quedó asombrada. Era tanta luz, que le obligaba hasta cerrar los ojos. Fue hasta casa deprisa para poder limpiarla muy bien y dejarla brillante. Se quedó mirándola muy sorprendida, pensó mucho, podía ser súper importante para ella. Deseaba muchas cosas y por lo tanto, aquello le llenaría de energía y sí, se hubo dado cuenta que lo que encontró en medio del bosque era una bola de cristal y era mágica.
A partir de ese momento, todos los días pedía el mismo deseo, unos zapatos. No unos zapatos cualquiera sino unos que volasen y la llevaran a todas partes del mundo. Era una niña de quince años, pero parecía que tuviera más edad. Y así, fue como empezó su largo reto para su gran propósito. Quería un futuro mejor, poder vivir en una gran ciudad, conocer gente, hacer muchos amigos con quien jugar y como no, ir a la escuela, no sabía escribir ni tampoco leer, le encantaría tener miles de libros para poder leer historias invencibles y meterse en una de ellas.
Cada mañana era toda una gran aventura. Roe muy lejos de allí, en unos de sus viajes, se topó con un pozo lleno de agua tan cristalina que se podía ver reflejada en ella. Y fue entonces, que pensó tirar muchas monedas de oro al pozo, pero tenía un gran problema ¿Dónde iba a conseguir esas monedas de oro? ¡La bola de cristal! Era su salvación y empezó a frotar con las manos aquella bola, de ella salía una luz luminosa color del oro, a medida que le pedía deseos, iba haciéndose poco a poco a su bola.
Una semana más tarde, abrió la puerta de la cabaña y allí en sus pies, había una muñeca metida en una cesta de paja. La llamó TATA con ella podía hablar pero sabía que las muñecas no podían hablar, ni hacer nada al respecto. La cogió con su cesta y la metió en casa, en el sofá contemplaba aquel objeto que se convirtió para ella en un ser muy especial. Ahora ya tenía una gran amiga. No supo el motivo de aquel regalo, estaba demasiado sola para que alguien le diera sorpresas como aquella. Desde aquel momento ya era de su familia como si todo su mundo fuera esa muñeca hasta pensó en que podía ser su hija.
El día siguiente, salió un sol radiante, ese momento para la joven niña era tan especial que no se podía imaginar otra cosa. Cogió a su muñeca y se fue al bosque, Roe, era ya un bosque encantado y disfrutaba como nunca. Cantaba en voz alta para que aquella naturaleza la oyera, era muy feliz a su manera. Y otra vez, al llegar al pozo se volvió a mirar en su agua clara y cristalina sacó de su bolsillo su apreciable bola, podía pedirle todo lo que le diera la gana, era muy soñadora con sus cosas pero, a la vez, un tanto precavida para decidir lo que realmente deseaba. Lo que realmente quería era poder ser como otras niñas de su edad, y eso tenía que conseguirlo como fuera.
La bola de cristal, de nuevo, le dio buenas ondas positivas, descubrió miles de cosas que a ella, le iban a ocurrir en un futuro próximo. Pero continuaba soñando con unos zapatos, de los que se ponen por primera vez, y te permiten hacer cosas muy especiales como volar. Tampoco dejaba de pensar, el hecho de haber parado en aquel bosque tan perdido, tampoco sabía nada de su pasado, apenas de su presente, y su futuro. Estaba por encontrar las respuestas a sus débiles preguntas tan deseadas pero, también, tenía el mismo pesar. ¿A quién se lo preguntaría? No había nadie a su alrededor para preguntárselo. Pero por qué no, claro. ¡A la bola de cristal!
Desde aquel momento, iba todos los días al río con monedas de oro. Siempre las tiraba de una en una, las acariciaba con mucho cuidado y algo de tristeza por tener que tirarlas pero, era por la necesidad de conseguir lo más deseado por ella. No era normal que una joven estuviera tan sola. Aquello era un logro vital para la joven Roe. También tenía a su muñeca Tata, su gran compañera de viaje incapaz de abandonarla jamás. Ese ir y venir hasta el río le era confortable para vivir feliz. Le faltaban cosas esenciales de una mujer, como ella lo era ya y el bosque se fue convirtiendo en demasiado monótono para vivir, aspiraba más cosas, nuevas metas que encontrar en su nuevo camino.
Ese amanecer estaba por llegar a su vida repleto de magia por todas partes, de ese mundo perfecto que tanto anhelaba, quería, y ansiaba los zapatos que volaran muy lejos de allí, recorrer el mundo entero y tener la capacidad de ser una más entre la multitud. Restaba importancia a su pasado y vibraba con todo lo demás. Aquellos paseos eran para ella un estado de liberación en todo momento.
Lo hizo muy bien en los días posteriores logrando su gran momento con la bola de cristal. Ahí estaba ella, en medio de la nada, esperando su gran deseo impecable, resuelta en dudas e impaciente. Cerró los ojos dejándose llevar por el sentimiento más importante de su vida, el amor por las cosas importantes.
Y por fin, aquellos magníficos zapatos aparecieron. Los había conseguido, y ya podía volar, de verdad, por todos los lugares que ella quisiera. Con su muñeca Tata y unas pocas cosas más estaba lista para el largo camino tan deseado. Los sonidos de la naturaleza la envolvían de encantos, era su gran aventura y no iba a perder tiempo.