Cómo escribir un buen microrrelato de terror
12 de agosto de 2025
La escalofriante miniatura: el arte invisible de escribir un buen microrrelato de terror

Un golpe en la puerta. Un susurro en la penumbra. El frío que recorre la espalda. Todo esto podría caber en apenas cinco líneas… si se sabe cómo. El microrrelato de terror, ese diminuto artefacto literario que condensa miedo en dosis mínimas, está viviendo un renacimiento silencioso en redes y certámenes literarios. Pero ¿cuál es el secreto para que, en tan poco espacio, un texto provoque vértigo?
Especialistas en narrativa breve coinciden en que la clave está en la economía expresiva: cada palabra debe funcionar como una pieza de relojería, precisa e insustituible. “No hay margen para la grasa literaria”, afirma la escritora y jurado de concursos de microficción Clara Monforte. “La tensión debe surgir en la primera frase y, en la última, dispararse como un latido que el lector no puede controlar”.
Otra regla de oro es la sugerencia frente a la exposición. Un microrrelato de terror no necesita mostrar al monstruo: basta con insinuarlo. La mente del lector hará el resto, y probablemente será mucho peor que cualquier descripción explícita. Esa es la fuerza de lo que los teóricos llaman “horror negativo”: lo que se omite es tan poderoso como lo que se dice.
La atmósfera se construye en segundos. Un nombre impronunciable, un reloj detenido a las 3:33, un olor a tierra húmeda… detalles que no explican, pero contaminan. La elección de estos elementos —y su ubicación en el texto— es parte de la técnica: deben aparecer como destellos, no como decorado.
Finalmente, está el golpe final. El remate en un microrrelato de terror no es un simple cierre; es una detonación. Puede ser un giro inesperado, una revelación tardía o una frase que abra un abismo de interpretaciones. Lo importante es que la última palabra deje un eco que siga resonando mucho después de que se haya acabado la lectura.
En una época de consumo rápido y pantallas infinitas, el microrrelato de terror se convierte en un susto portátil, capaz de asaltar a un lector distraído en un trayecto de metro o mientras espera su café. Y quizá ahí radique su magia: un miedo fugaz, pero imposible de olvidar.