Aquel que tiene la suerte de cruzarse en el camino de Graciela Rabuñal es un auténtico afortunado. Ella es un ser con un aura propia que te abraza. Es transparente, aunque detrás de su elegante imagen femenina esconda: verdad, dulzura y amor; cualidades que prodiga, cuando escribe. Su nuevo libro
Caminando versos no es una excepción; en ese recorrido lírico, muestra su generosa sinceridad desgranando sentimientos de un modo enternecedor.
La poeta nos anticipa cual va a ser el centro pasional de su caminar en el libro con un sentido poema en homenaje a su adorada poeta uruguaya Idea Vilariño Pero, si hubiese que buscar una palabra, una sola palabra que definiese la esencia del poemario, quizás, ninguna otra mejor que: nostalgia. Por el nido abandonado a la fuerza, por el Montevideo de su adolescencia, por el amor que fue y no está…
A pesar de que en la obra encontramos dos partes estructuralmente diferenciadas es un todo en su conjunto. En la primera parte nos deleitan poemas al uso y en la segunda lo que podríamos entender como relatos, pero estos últimos, no son otra cosa que confesiones llenas de lirismo nostálgico. Así pues, versos y prosa poética, convenientemente amalgamados, alimentan las páginas de este romántico poemario.
Poco a poco
Caminando versos
nos vamos adentrando en los sentimientos de la poeta. Nos habla del camino que se vio forzada a seguir:
“Mirando al frente emprendí el camino
arrastrando un saco de penas sin olvido.”
Le duele recordar lo que. por nada, hubiese querido dejar:
“La geografía de mi cerebro
recuerda el jardín de mi madre,
su rosal preferido.”
Y le duele ver pesar las horas solitarias del exilio:
“Apoyé el pasado contra la fría pared
y bebí las lágrimas de ayeres perdidos.”
Pero si hay algo determinante en el poemario —apasionadamente determinante, se podría decir— es la exaltación del amor desde un prisma lejano, como algo que no fue anclado y aún la desesperara por asir, amarrando a su isla solitaria, de nuevo, la cadena del ancla que un día fue pasión desmesurada:
“Tu ausencia crece en mi desvelo
por ayeres perdidos sin dueño.”
“…sentir aún el fuego de tu boca
en la mía y aquel deseo voraz.
Tus brazos cual nido acunan
mi cuerpo húmedo y abierto
esperando al tuyo con igual afán.”
Y aunque la melancolía persista:
“En el caballo blanco con espolón de plata la esencia del jinete se evapora en cenizas…”
No parece estar todo perdido definitivamente, la esperanza late debajo de la piel de los versos del poema:
“Aún florece el jazmín…”
Adentrarse en
Caminando versos es como pararse delante del cuadro de un impresionista francés y dejar que la retina del alma absorba todo el color y la fantasía que trasmite. Ningún corsé clásico oprime a los poemas. Los versos fluyen con libertad y el lenguaje es sencillo y natural. No hay palabras estridentes o rebuscadas, ni alegorías que no se entiendan. De esa manera, la autora nos acerca a si misma, a sus sentimientos, como si fuese una amiga que nos está contando sus vivencias, sentada al lado de donde estemos leyendo. Así, su mensaje nos llega virginal, lleno de luz y exuberante.
Pero
Caminando versos, además de ser un poemario, lleva incrustado en sus páginas pequeños fotogramas de la película de su vida:
El jardín de su casa:
“…por el camino de losas que bordeaba el jardín rumbo al colegio.”
Su Montevideo:
“Calle Yacaré …que termina en el puerto de mi ciudad natal.”
Los vuelos de su vida:
“Mi primer viaje fue el más difícil porque irme era la única opción”
Venezuela, Colombia, y África en el corazón:
“La experiencia de África me marcó en todos los sentidos…”
Inglaterra, después y otra vez el nido uruguayo:
“El retorno a Montevideo por segunda vez fue tan difícil como el primer vuelo de salida.”
Y Galicia:
“…no dudé en dejar todo atrás y emprender el viaje hacía Coruña (Galicia)
“Aquí vivo feliz desde hace ya nueve años.”
Pues bien,
Caminando versos
aquí está para hacer feliz a quien quiera acogerlo entre sus manos y disfrutarlo.
Alfonso Modroño Márquez